jueves, 8 de junio de 2017

Tenía el olor a la tierra húmeda
de los campos del abuelo
y las arrugas de la misma tierra,
la comida siempre caliente y la boca fresca,
una flor en el pelo,
una pena en el pecho,
un peso en la espalda,
pero siempre caminaba recta.
Así es mi tierra los días de cosecha
cuando no había, solo existía hambre
cuando había, se vendía, venia el señorito, y seguía el hambre.
Pero siempre tenía una sonrisa la abuela,
hacia pajaritos de papel con el aire
y todos con la boca abierta,
capaz de tragarse una tormenta.
Ella nos dejó,
pero quedó, la tierra
cada piedra me recuerda a ella,
puedes mirar al horizonte y ver que no termina el mundo,

bajas la mirada y no hay nada.

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