Tenía el olor
a la tierra húmeda
de los campos
del abuelo
y las arrugas
de la misma tierra,
la comida
siempre caliente y la boca fresca,
una flor en el
pelo,
una pena en el
pecho,
un peso en la
espalda,
pero siempre
caminaba recta.
Así es mi
tierra los días de cosecha
cuando no
había, solo existía hambre
cuando había,
se vendía, venia el señorito, y seguía el hambre.
Pero siempre
tenía una sonrisa la abuela,
hacia
pajaritos de papel con el aire
y todos con la
boca abierta,
capaz de
tragarse una tormenta.
Ella nos dejó,
pero quedó, la
tierra
cada piedra me
recuerda a ella,
puedes mirar
al horizonte y ver que no termina el mundo,
bajas la
mirada y no hay nada.
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