Me despiertas
lavas mi cara
con la claridad del agua
exigiéndole a mi piel
que vuelva a ser blanca.
Me recorres a besos
como antes recorrías las sábanas.
Me mantienes recto
como el reloj de la entrada.
Me pones el sombrero
y tú, tu pañuelo
como si fuéramos a salir de paseo
cuando ninguno de los dos
puede mover un solo hueso.
Y terminas
susurrándome al oído
el aire que hace afuera
y noto su frio
y en tus manos su calma
y en tu abrazo, me entregas tu alma.
Me vuelvas a mirar
sabiendo, que no sabes cómo me llaman
y te imaginas los patios de colores
cuando todavía había luz en la casa.
Suena el timbre
y giras apenas la cabeza,
pensando que tienes visita
pero son las sombras
de las personas que antes paseaban.
Me llevas de vuelta a la cama
con la cuchara, la sopa y una pastilla blanca,
quizás mañana cuando despierte
se te escapara una carcajada
cumplimos cincuenta años casados
y te prometí
la luna de miel, que no pudimos celebrarla.
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